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Aguas subterráneas, hacer visible lo invisible

Aguas subterráneas, hacer visible lo invisible

Jordi Delgado Martín
Catedrático de Ingeniería del Terreno y miembro del Grupo de Investigación de Ingeniería del Agua y del Medio Ambiente de la UDC.

Desde 1992, con la voluntad de recordar a la sociedad la importancia del agua dulce y su calidad, cada 22 de marzo la ONU promueve en todo el mundo la celebración del Día Mundial del Agua. En su trigésima edición el tema central es el agua subterránea y, para centrarlo, ha escogido un lema inspirador: “Hacer visible lo invisible”.

Hay agua en los océanos, en los ríos y los lagos: la vemos, la sentimos, la usamos y, de múltiples formas, nos beneficiamos de ella. Del agua libre de la Tierra (aquella que no está fijada a los minerales de las rocas), los océanos albergan el 97%, unos ¡1400 millones de quilómetros cúbicos! Pero es salada. Otro 2% del agua libre de la Tierra está almacenada en el hielo de los glaciares y los casquetes polares, por lo que su disponibilidad no es directa. Sólo el 1% restante, en su mayor parte subterránea, puede darnos de beber, ayudarnos en la higiene, en la cocina, a regar, para abrevar el ganado, a mover turbinas… En entornos de clima privilegiado, como el nuestro, la abundancia de recursos de agua superficial determina que la aprovechemos con preferencia e partir de ríos, lagos o embalses. Pero, ¿sabían que si reuniésemos en un único cuerpo toda el agua de los lagos del mundo sólo alcanzaríamos el 0,009% del agua libre de la Tierra? ¿o que, si incorporáramos el volumen de agua asociado a los caudales de todos los ríos del planeta (Amazonas, Nilo, Yangtze, Mississippi… Miño, Mero, Barcés…), este sólo totalizaría un ínfimo 0,0001%? El hecho es que la realidad del agua en otros muchos sitios pasa por disponer de la que se encuentra en el subsuelo. Pero, se mire como se mire, hay mucha agua dulce, tanta que ni en los escenarios más apocalípticos debemos temer quedarnos sin ella.

Pero… ¿Dónde está la trampa? ¿Está el agua igualmente distribuida o disponible en todo el planeta? ¿Qué hay de las sequías y su conexión con el clima? ¿Qué hay de la contaminación? ¿Qué hay de la escasez de agua que, incluso en Galicia, a veces nos afecta? ¿Qué hay de las guerras del agua?… La respuesta a muchas de estas preguntas (compatibilidad de usos y conservación, disponibilidad y demanda, renovabilidad y agotamiento, geopolítica y gestión…) requiere exposiciones ponderadas que, a su vez, den paso a una reflexión equilibrada. Sin ánimo de ser ambiciosos, aquí sólo pondremos un marco…

El agua superficial forma parte del Ciclo Hidrológico. Mucho antes que los primeros homínidos de Laetoli hollaran con sus pies los fangos y cenizas volcánicas del Ngorongoro, o antes de que los restos de su congénere, Lucy (Australopithecus afarensis), quedaran atrapados en los sedimentos del triángulo de Afar, el Ciclo Hidrológico era una realidad física que trascendía los eones: la evaporación del agua en los océanos, su movimiento con las nubes, la caída en forma de lluvia o nieve para, una vez en el suelo, escurrirse (hacia los cauces) e infiltrarse (hacia el subsuelo), para culminar su perenne peregrinaje retornando
al origen. Esa concatenación de procesos ha sido tan eficiente que el volumen de agua de la Tierra casi no ha variado en más de 3000 millones de años de historia geológica. Y todo ello por obra y gracia de la energía que nos brinda el sol y la gravedad.

El Ciclo Hidrológico es el paradigma de la renovabilidad de un recurso natural: Se usa y no se agota. Pero, hay que estar alerta con el concepto: Puede que el agua no se agote como recurso, pero ciertos usos y presiones comprometen los servicios que presta el agua. A diferencia de otros recursos renovables, el agua es vulnerable a la contaminación, a la sobreexplotación y a otras muchas presiones ejercidas por la actividad humana.

La realidad del agua en muchos lugares para por disponer de la que se encuentra en el subsuelo. Pero, se mire como se mire, hay mucha agua dulce, tantan que ni en los escenarios más apocalípticos debemos temer quedarnos sin ella.

El Ciclo Hidrológico es el paradigma de la renovabilidad de un recurso natural: Se usa y no se agota. Pero, hay que estar alerta con el concepto: Puede que el agua no se agote como recurso, pero ciertos usos y presiones comprometen los servicios que presta el agua. A diferencia de otros recursos renovables, el agua es vulnerable a la contaminación, a la sobreexplotación y a otras muchas presiones ejercidas por la actividad humana.

Alguien puede pensar que el agua que se infiltra a través del suelo se pierde. Sin embargo, todos, intuitivamente o por la experiencia, podemos deducir que no es así: Los manantiales que vemos, los pozos que perforamos nos muestran que el agua subterránea está ahí, no se esfuma. Yendo más allá, quizás muchos no hayan reparado en que el subsuelo no sólo almacena agua: el agua se mueve a través de él siguiendo fuerzas análogas a las que rigen el del agua superficial: las mismas fuerzas, sí, pero con distintas leyes, a un ritmo mucho más lento y a través de caminos más tortuosos que los cauces que vemos sobre la superficie.

No es raro que el flujo del agua subterránea dé lugar a su descarga (como un manantial más) en el lecho de ríos y arroyos: ¿No han pensado nunca por qué, incluso tras una sequía prolongada, aún vemos agua en muchos ríos? Ese caudal invisible (que llamamos de base) contribuye, además, a enriquecer los ecosistemas desde muchos puntos de vista. Pero, incluso cuando el cauce de un arroyo superficial se perfila seco, bajo el mismo, más cerca o más lejos, encontramos agua. Hay un río que vemos y otro, invisible, que apenas percibimos, con sus funciones ecológicas críticas y todos sus servicios indispensables.

Puede que la imagen anterior sea imprecisa. Con contadas excepciones (por ejemplo, en los macizos de caliza, en los que se desarrollan a menudo cavidades y galerías que actúan como verdaderos sumideros naturales), no hay ríos subterráneos. Ni lagos, ni masas de agua parecidas a las que vemos en la superficie. Si en los ríos de nuestro entorno el tiempo que tarda el agua en viajar desde su cabecera hasta su desembocadura puede ser de unos pocos días o unas pocas semanas, en el caso del agua subterránea ese viaje (que se inicia en la zona de recarga) puede tomar años, décadas o incluso… ¡decenas de miles de años! antes de alcanzar la de descarga. Ese es el caso, por ejemplo, de la mayoría de nuestras fuentes de agua termal (A Toxa, As Burgas, Carballo…) o las que, a otra escala, se encuentran en sistemas tan singulares como la Gran Cuenca Artesiana (Australia) o el Sistema de las Grandes Praderas (Estados Unidos).

Hacer visible lo invisible, mostrar que a nuestros pies discurre un recurso extraordinario, único y valioso: el lema del Día Mundial del Agua. Recordemos el secreto que el pequeño zorro reveló al Principito: lo esencial es invisible para los ojos

Pero no toda el agua subterránea fluye. También puede quedar atrapada en un espacio aislado, mostrando con su impronta química cómo era la Tierra en el pasado. Estos sistemas son especialmente vulnerables. Por ejemplo, los sistemas dunares de la Isla de Ons se recargan sólo cuando llueve: constituyen un aljibe natural que se agota si el agua se extrae sin mesura. A otra escala, el sistema acuífero de las Areniscas Nubias, que se extiende en miles de kilómetros de extensión a miles de metros de profundidad bajo las arenas del Sáhara, alberga una extraordinaria cantidad de agua dulce que se recargó cuando esa región era un vergel… hace unos 20.000 años. Ahora es una masa de agua fósil cuyo aprovechamiento ha dado pie a uno de los proyectos de ingeniería más extraordinarios y visionarios de las pasadas décadas: el Gran Río Hecho por el Hombre (Great Man-Made River Project).

Hay quien piensa que el agua, por el mero hecho de atravesar rocas y sedimentos y por surgir de un pozo o en un manantial es mejor, o más saludable, que aquella de la que disponemos a nuestro alcance en los grifos. Ello nace de la errónea idea que el subsuelo filtra y purifica o que, quizás, la Naturaleza (lo natural) no puede hacernos daño. Pero tenemos ejemplos dramáticos sobre cómo la Naturaleza, por desconocimiento o temeridad, puede poner en riesgo la salud de las personas, tal y como sucede con el arsénico en amplias extensiones de la India, Bangladesh, Vietnam… Es difícil combatir esas preconcepciones y de hecho, en muchas ocasiones el agua subterránea puede tener una calidad que rivaliza con la potabilizada. Sin embargo, conviene alertar de que, no teniendo por qué, el subsuelo puede albergar patógenos y contaminantes cuyo origen, natural o no, puede comprometer su calidad para un uso tan sensible como es la bebida. Por ello, salvo las circunstancias que el sentido común o la necesidad dispongan, el consumo humano a partir de pozos o manantiales naturales sólo debe realizarse cuando existan garantías sanitarias adecuadas manteniendo siempre la vigilancia atenta sobre los cambios sobrevenidos en la calidad natural.

Hacer visible lo invisible, mostrar que a nuestros pies discurre un recurso extraordinario, único y valioso: el lema del Día del Agua. Recordemos el secreto que el pequeño zorro reveló al Principito: lo esencial es invisible para los ojos.

*La Cátedra Emalcsa no se identifica necesariamente con las visiones expuestas por los autores de los artículos que publica. Nuestra intención es ser un medio para la difusión, el diálogo, el debate y el avance en el conocimiento.